miércoles, 7 de diciembre de 2011

Federico estaba ahí pero no estaba


 Cuento corto sin editar
Federico estaba ahí pero no estaba. Simplemente desvariaba vagante en sus imágenes aleatorias de éxtasis.
        ―Mire, usted lleva tiempo pensando’, ¿qué aros quiere para su auto?... decídase ya.
        ―Es que le dije que no me gustaron los que me trajo, ahora me da por ver otros estilos, tráigame este que veo aquí en el catalogo.
        ―Esos ya se los traje,  y dijo  que eran muy brillantes y que usted no quería entrar con ellos en el redondel del Caparra Country Club y causar un revuelo en Guaybnabo. Y que si visitaba el museo de Ponce no quería que pensaran que era un dentista o un diagramador de novelas. Que imaginación la suya  señor.  Después de todo,  esos aros los tienen varios doctores y jueces amantes del automovilismo. Son construidos con aluminio grado A, de lo mejor. Pero está bien busco otros.
El hombre se retiro al almacén y con mucho trabajo encimo un modelo nuevo de aros en un carrito de estivar, esta vez tenía pensado completar su venta.
―Bueno,  estos deben gustarle, son de último modelo, cuando dan vuelta suenan unas campanitas que avisan de su presencia. No son tan brillosos como los otros, sírvase a verlos.
― ¡Que insulto es este! ―respondió el hombre con ambas manos dentro de sus bolsillos, luego señalo el aro―. Pero usted me  falta el respeto, le falta juicio como vendedor, usted se  imagina cuando me dé por visitar a Rio Piedras a ver libros, o a darme un trago en algún lugar, cuando entre por la calle Robles sonando el Kururu, sonando así. Que bochorno, me van a gritar “Ingenuo”, las damas  y los maestros se van a reír. ¿Dónde me voy a meter dígame, donde? Van a pensar que me desdoblo, que no tengo afinidad.  En el Ocho de Blanco me dirán; “Mira el hombre escandaloso de los aros que tienen campanitas”. Yo quiero algo elegante,  algo que me de estilo cuando pase por un lugar así. Que piensen que tengo bigote,… aunque no me vean con los papeles oscuros que traigo en los cristales. Que piensen;
“Mira,  ahí va un hombre importante de bigote”
El vendedor le observa  y le dice
―Señor  no, pero lo suyo es serio. Venga acá y,  ¿cuánto tiene para gastar en aros? Porque usted se ve que es fiel a su estilo, pero que debe tener dinero  para esto.
Federico camino hasta la vitrina y mirando los carros que pasaban de lado a lado le dice de espaldas.
―Mire, yo tengo dinero, eso es lo de menos. Lo que pasa es que no me acaba de traer los aros que necesito. Búsqueme algo que me impresione, algo que la gente se grabe en la memoria cuando yo entre a Plaza las Américas, que cuando pase por Isla Verde los americanos digan’; “Wow that car looks good ”. Usted me entiende…que los productores de obras de teatro y cine  me miren así como si mi auto fuera su sueño hecho realidad.
El hombre se retiro por tercera vez, se tardo un poco más, regresando con un par de aros de diferentes diseños.
―Mire Fede, estos son los que busca. Le garantizo con estos aros que cuando suba para  Guabate a comprar lechón y morcillas, la gente de las lechoneras serán capaces de salir a aplaudirle y a preguntarle que de donde usted proviene. Inclusive quizás le salgan a cantar aguinaldos al  frente de la calle. Son muchas lechoneras, ¿qué va usted a hacer…? Un cliente me dijo que dejo de pagarle el celular a su amada esposa por ellos y que valió la pena dejarla sin teléfono. Que subió a Casa Bavaria solo y le dieron de los Snauzer alemanes de gratis y bebió de gratis y bajo por las curvas más contento que un capitán de barco en vacaciones. ¿Qué me dice?
Federico los reviso, se reflejo en su impecable brillo, les dio vueltas y vueltas hasta que rompió su silencio.
―Perdóneme, es que, mire. Sabe que es lo que pasa, que yo quiero entrar a Palmas del Mar escuchando Cultura Profetica, o quizás al muelle de Seven Seas escuchando plena. Y, caramba esos aros, no me dan el estilo que ansió. Van a pensar que yo soy un hombre que he mantenido mi propio negocio y yo quiero que piensen que soy un hombre que se pego en el sorteo de la lotería o que soy el  heredero de una cuantiosa cantidad de dinero. Me entiende usted, que no me he tenido que molestar trabajando para tener los aros. Que cuando yo visite la costa sur de esta isla  a comprar pastelillos de jueyes en Patillas, la muchedumbre diga;
“Caramba, ese señor  debe llevar una barra tallada en roble con espejos en el baúl de ese Oldsmobile Eighty-Eight de los ochenta, a lo mejor está nutrida con ron exquisito”. Muévalos  a un lado a ver si los otros me agradan.
Vuelve el vendedor a labrar con los aros, se lleva los rechazados y con un pequeño trapo brilla los bordes del segundo aro de muestra.
―Bueno señor, me parece que ahora tengo el modelo ganador. Mire estos aros, yo le aseguro que en las elecciones  del 2012  se podrá meter en los tres comités, ¿o son cuatro? Bueno, el asunto es que usted no va a parecer de ningún partido con estos. Usted con estos aros se puede filtrar  con la bandera que agarre. Se le aseguran vitoreos de las señoras solteras con los autos repletos de tías, y primas y mejor aun vecinas. Después de repartir teléfonos en las caravanas son tan versátiles estos, que podrá hasta estacionarse  en Isabela, en la playa jobos. Hay lo verán  pidiendo empanadillas de pulpo. Se bajara y pensaran  que usted es un virtuoso del Violín, que está por vacaciones en esa parte de la isla, que es un virtuoso del Conservatorio.
―Bueno,  el asunto es que mi hijo se me va a graduar…y esos son muy hermosos―le respondió Federico acercándose a la vitrina por segunda vez―. Yo les veo mucho color a esos. Entonces si el primogénito  se me va para el Colegio de Mayaguez podrían marcarlo como un joven frívolo y quiero que piensen que tiene unos aros de un caballero que practica el reciclaje y que quizás tiene una finca, que anda con racimos de plátano en el baúl. Si se me fuera para la Interamericana, que van a pensar, peor… van a ignorarlo y me van a sacar al joven de las tabernas donde se tertulia con las damas jóvenes y ahí se me perderá de las novias. Yo quiero  que en la Interamericana  piensen que lleva computadoras en el asiento, que existen  periódicos guardados en el baúl y que pincha en el cenicero como veinte ticket de “Ivu loto” que todavía no verifica.  



"Imagine usted que se tome la molestia un recluta de la universidad de Princeton, o de N.Y.U…y pase por frente de mi casa y vea ese auto con esos aros. Que por cierto, al emisario ni le pasaría por la mente que pudiera estar frente a un joven que escucha punk rock o  uno que mantiene una dieta totalmente orgánica. ¡Que espanto, se podría imaginar que no escucha The Cure o Bob Dylan! ¡Qué bochorno, no me haga esto!
        "¿Es que me ve usted cara de tonto? Es de solo verlos que uno pensaría todo lo contrario. Pero lo más importante es si me lo aceptan en El Sagrado…


El vendedor  en el counter, reposa su quijada sobre su mano mientras pensaba… “Virgen santa, de donde salió este pájaro, a la verdad que yo he visto anuncios en la televisión de este país, locuras sin sentido  en la prensa, pero de que este hombre  le ha ganado  a todos, es mas… este señor  es una obra de arte si,  como  para exhibirlo en la campechada que viene”.
―…Si lo aceptan  en Sagrado, yo quiero que tenga unos  aros que no le hagan daño a su imagen al llegar ahí, imagínese si se me hospeda. Quizás en el Turabo… a mi es lo mismo, pero que quiero que piensen que mi hijo es un caballero  de línea, que lleva güiros y guitarras en el baúl. Si cae en una de esas dos. Que digan; “Ese muchacho debe ser un barrista o un letrado”. O carga con calabazas, yautías y berros. O con pomarrosas , tamarindos y besitos de coco.” 

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