Cuento corto
Un día muy común Marcell Pinot y su amigo Lucas Monett, decidieron sentarse a conversar como siempre lo solían hacer durante la semana. Escogieron el negocio que por muchos años los acogió como su lugar preferido para desayunar; el “Café Petit”.
Un día muy común Marcell Pinot y su amigo Lucas Monett, decidieron sentarse a conversar como siempre lo solían hacer durante la semana. Escogieron el negocio que por muchos años los acogió como su lugar preferido para desayunar; el “Café Petit”.
Un establecimiento hermoso. Todo su frente construido con arcos de ratán de colores blancos y rosados. Y que frente a cada sombrilla amarilla de su terraza, mientras se deleitaba el paladar, se podía disfrutar del aroma de un jardín impecablemente atendido.
Era un lugar muy renombrado por su ecléctica decoración minimalista, donde siempre los domingos se escuchaban las agradables melodías de un clásico acordeón. Reconocidos escritores y artistas plásticos de la vecindad tenían como parte de su rutina diaria visitarlo todas las mañanas.
A todos les fascinaba el aroma y el sabor del exótico café caribeño que solo ahí se podía encontrar, no sin dudar de la exquisitez que sentía el paladar cuando se le obsequiaba un trozo de su auténtico pan caliente, acabado de sacar de su reconocido horno de leña.
Compartían y saboreaban su añorada taza de café matutino. Tranquilos, reclinados en su sillas preferidas.
Pero… solo les alcanzan algunas monedas esta mañana para pagar un par de tostadas y dividirse la única taza de café que les pudo remediar sus bajos recursos.
Conversaron por varios minutos, pero el café compartido escaseó, y las tostadas blancas calentadas a la sartén, llegaron a su fin. Fue en ese momento que sintieron la extrañeza de aquellos días donde una taza de café y una buena conversación resolvían en otra taza más, y hasta posiblemente en la inclusión de otra mesa para compartir con alguno que otro amigo interesado en su tertulia.
Ese tipo de mañana con buenos temas, a veces lograba tener tanto sentido y validez en sus vidas, como para que la apertura de su propia repostería fuese demorada para un poco más tarde.
En fin, sus ánimos no andaban del todo bien a raíz de sus bolsillos. La causa de sus pesares económicos tendría que acabarse de una vez y por todas. Al menos así pensaban mientras miraban sus ojos reflejados y muy tristes en el fondo acaramelado de sus tasas vacías.
En ocasiones raras, muchas de las tertulias en esas musas matutinas no eran precisamente agradables. Y de hecho, meses antes de su falta de liquidez, Marcell logro compartir temas con un particular señor. Un gentleman el cual ridículamente intercambio la confidencial información de un posible contrabando de diamantes, tan solo por obtener una de sus sabrosas recetas…
Aquella mañana de deseos encontrados finalmente catalizó en Marcell, particularmente, a que tomase una firme decisión en su vida. Debía de combatir su condición económica social o esperar a que se desapareciera su imagen de virtuoso panadero para siempre.
Así que trato de convencer a su amigo Lucas a que se encariñase de su plan.
Interceptar y robar el maletín de diamantes en ruta de contrabando que misteriosamente aquel hombre le logró ofrecer antes de que cayeran sus bolsillos por el precipicio. Su corazón palpitaba más rápido mientras ensoñaba el asunto. Pero era la única opción disponible al momento para juntos recuperar el lugar que tanto trabajo les costó construir. Y precisamente esta fue última tertulia bajo las sombrillas del Café Petit. Un lugar inmejorable para darle sentido a sus vidas en las mañanas.
-Déjame explicarte un dato importante antes de seguir, Lucas. El último que intento robar el maletín con las joyas fue encontrado asfixiado en un vagón de carga.
-Cómo lo hicieron, me da miedo, solo necesito un dinero para comprar algunos regalos de Navidad para mis hijos y pagar la calefacción atrasada. Me asustas…no sé si valdrá la pena.
-Bueno, olvídalo entonces, mala información de mi parte. Solo te puedo decir que nunca se encontró al posible asesino de aquel supuesto experto en robos. Eso no debo escondértelo. Lo que importa ahora mismo es que sigas las instrucciones detalladas que están en este panfleto, hasta que me encuentres la próxima semana en la isla de Puerto Rico, en la estación ferroviaria del puerto de Mayagüez.
-Pero nunca he leído un folleto como éste… es un texto muy serio.
-¡Pues enfoca tu mente por primera vez! Estos son diamantes…- miraba su alrededor, mostraba su taza mostrando modales-. Ahí tienes tu identificación falsa, y cómo moverte de pueblo en pueblo hasta llegar al área oeste de esa isla.
Al otro día, ambos amigos decidieron zarpar en diferentes barcos de vapor con dirección al Caribe.
Cansados de casi una semana atravesando el mar Atlántico vistiendo de traje, lograron verse en la isla de Puerto Rico. Y como antes acordado en su última tertulia, se encuentran frente a la estación del tren, conversando sentados en un banquillo.
Una multitud de criollos, vendedores ambulantes y oficiales a caballo les dan la bienvenida en esta rústica estación costera. Acompañada a sus alrededores por decenas de almacenes y carretas de carga en continuo movimiento. Se levanta el polvorín en la carretera y el sonido de la muchedumbre les recuerda de su patria lucida en un día de pleno trabajo. Suspiran llenos de miedo, mientras que un trabajoso vistazo a la escena les provoca que sus barrigas vacías se resuelvan en vértigo. Pero deben continuar.
-¿Que otra información tienes, Marcell?,… sabes que el tren con la supuesta maleta de contrabando sale a las cinco de la tarde , recuerda eso…a las cinco de la tarde y son las cuatro en punto exactamente. Notaste que el calor y la humedad de este sitio me están matando… esto es absurdo…- “Ne pas ce que je peux supporter”- ¡no lo aguanto más!
-Cálmate, utilicé muchos recursos para que lográramos llegar hasta aquí desde Francia. Primero que todo, tuve que sobornar un grupo de militares de muy buena calaña para falsificar nuestra identidad. Después de todo, con los diamantes en nuestras manos podremos echar andar la panadería que nos incauto el gobierno, y quizás hasta nos sobre algo para comprar una relojería.
-Perdona, pero el trabajo del robo es mío solamente, así se acordó, cómo te atreves a incluir cualquier otra persona o militares.
-Lo es todavía, tranquilo; déjame explicarte.
-Bueno soy todo oídos…es mejor que me digas algo con sentido porque perdí el panfleto de las instrucciones durante la travesía…
-Este atraco es sencillo, subirás en el vagón donde estarás sentado muy cerca del maletín con las joyas, media hora después mis colegas cortarán las luces de la cabina.
-Eso se oye muy sencillo Marcell, no me gusta nada tu idea.
-¡Escúchame bien!, el maletín con los diamantes viaja en las manos de un niñito menor de edad.
-Qué bien enterado estas de todo esto, me asombras de manera.
-Menos mal que sabemos este dato, si no…sería peor que buscar una aguja en un pajar en esta estación tan llena de gente. Confía en mis conexiones, después de todo, perdí mucho dinero para averiguar todo esto, arriesgué mi libertad y mis últimos ahorros. Al igual que lo hice cuando me arriesgue protestando por las calles de Francia en contra de los clasistas impuestos.
-Sí, pero en la protesta… pegaste cartelones mostrando una caricatura del jefe de impuestos con un semblante de vampiro… además leía “Que paguen todos por igual chupa sangres”. ¡Por suerte no nos arrestaron!, pero con sus leyes nuevas estamos en la ruina.
-¡Que viva la Francia libre de vampiros, lo repito donde sea!
-Baja la voz que me dicen que en este lugar son bélicos…bueno, está bien… te creo todo, no es tiempo de mal entendernos.
-El maletín lo carga un pequeñín, como te dije antes. Es la manera más incógnita que tienen de pasar esos diamantes frente a los agentes del puerto sin despertar sospechas. Por eso llegaron por este muelle, donde hay mucho menos vigilancia militar que en el puerto de San Juan.
-No me parece sencillo frente a todos estos pasajeros.
-Calma, el niño viaja junto a su madre, atiéndeme. Ella se encargó de sacar los diamantes de Morrocó.
-Sí, de Morroco…si esto es un crimen internacional, que desconfianza me das.
-Según mis fuentes, atiende –sujetaba su brazo-, luego de intercambiar algún tipo de documento en las Islas Canarias, la señora y el niño se embarcaron a Portugal desde donde zarparon en dirección a Puerto Rico. Tenemos que interceptarla antes de que logren escapar para las islas Británicas a depositar los diamantes en bóvedas. Nuestro único problema es que no sabemos cuántas madres están por entrar en esta estación.
-Qué pesadilla, nos atraparan, esto no vale la pena.
-No tanta pesadilla, averigüe algo más. El niño y su madre responderán a una “clave secreta”. Y como es el mes de diciembre, esperan que su mediador de diamantes le salude con una frase especial. “Regalo de Navidad”, esa es la clave para el intercambio de la información que los hará llegar a ellos.
-Pero, porque entregarme el maletín, alguien más puede saber de este intercambio.
-Porque eliminamos su contacto para llegar a las islas Británicas mientras salía borracho de una taberna en la ciudad amurallada de San Juan. Solo necesitas estar en el vagón con ellos y cuando apaguemos las luces se los arrebatas, los diamantes serán tuyos, digo nuestros. Toma un poco de agua o ¿quieres una taza de café? Observa,… en este maletín hay unos juguetes de madera, entra en la estación y comienza tu búsqueda. Ya sabes, caminarás junto a las madres que veas con un solo niñito y les ofreces su “regalo de Navidad”. Éntrales con esa conversación a las parejas, mira sus ojos, observa sus acciones y los tendrás en tus manos. Luego es solo seguirlos hasta el vagón.
A las cuatro y media de la tarde Lucas ya había logrado eliminar a treinta y cinco posibles parejas de madres con su niñito, haciéndose pasar por un vendedor de juguetes alrededor de toda la estación.
Pero el tiempo fue el único aliado que nunca pudieron sobornar.
Cuatro y cuarenta y cinco, solo quedaban dos parejas posibles de madres con sus hijos.
Caminaban juntas con la intención de abordar el coche 401. Justo en el momento de su entrada al vagón, el tren se deshizo del vapor en exceso que cargaba en sus líneas, creándose una intensa nube de humo blanco y espeso la cual Lucas tuvo que atravesar. De seguido se escucho fuertemente el silbato dentro de la estación. El tren comenzaba su marcha.
Lucas solo necesitaba saber cuál era la pareja correcta, anhelaba tener a su colega de cerca para saber más sobre la inesperada situación. Se sujetaba del agarra manos, justo en la puerta de entrada al coche en movimiento. Miraba desesperado por última vez en dirección al andén, trataba de hacer contacto visual con cualquiera que pudiese arrojarle alguna información. Por suerte su amigo reaparece corriendo al lado de la vía.
-¡Los militares… no podrán cortar la luz en este vagón! , y tendrás que eliminar a la mujer espía, es solo eso…es solo otra ladrona. Por eso entraron dos parejas de madres.
-Entonces la elimino, arrebato el maletín de la pareja contrabandista y salto a correr al vagón 400,… y ¿después qué?
-Exacto, cálmate…en el 400… estarán mis hombres, ahí estarás a salvo.
-¡Pero espera! , hay dos niñitos iguales, y ambos sabrán la clave…y si elimino a una madre inocente. ¡Pero de dónde sacas tanta gente para colaborar con tu plan!
-No sé, invéntate algo, ¡no puedo correr más…y explicarte detalles menos!
-Pero… ¡solo me queda una bala!… y si no doy en el blanco y están armadas ¡ …estoy harto de este trabajo, siempre es el mismo horror.
Al pasar más de una hora, el tren se adentraba en el túnel de Guajataca en dirección a San Juan, solo se escuchaban los machacones de las ruedas de metal sobre la vía, ganaba la oscuridad dentro del vagón.
Lucas encendió un cigarrillo mientras miraba sus víctimas indiscriminadamente entre la poca visibilidad. Cinco minutos más tarde, le entrego un juguete de madera a cada niñito, y se retiro caminando hasta el final del coche. Cuando el pasar de una esbelta mesera le llamó la atención.
-Joven, deme un trago del ron más fuerte que tenga – le replicó Lucas.
-Claro, ¿quisiera ron de papa?, ¿ron de Ponce o ron de Yauco? El de Yauco les encanta a los oficiales del puerto…-observó su mirada- A usted yo lo noto como que no sabe. Vive apartado, ¿en alguna finca o algo así? ¿En algún lugar…controlado?
-Porque me cuestiona así ah, usted sabe,.. .e, el más potente ese. ¡Deme acá! –nervioso.
La bella mesera atendió sus reclamos, pero fue muy sospechosa la manera de Lucas lidiar con el ron. Y ahora tendría que atender una situación que nunca ni en sus sueños esperaba.
-Déjeme ver su identificación, soy agente de puertos encubierta –le mostraba su placa.
No parecía verse muy cómodo ahora parado de espaldas en la parte posterior del vagón, donde muy disimuladamente fue a parar, retiro la única bala que cargaba su revólver. Alzándola en el aire la observo detenidamente y con el resto del trago que le quedaba, se la logro tragar de un solo sorbo y lanzo el arma fuera del coche muy disimuladamente.
Logro entablar una amena conversación con la agente secreta, la cual “alegaba” que recorría el vagón como parte de su rutina. Y gloriosamente sus documentos falsos lograron remediar su tensa situación. Y la mujer se retiro.
Lucas sobrepaso el evento, y al rato se encontraba sentado en un banquillo recapacitando, pensando que hubiera sido de su vida si en aquel inoportuno momento su identidad verdadera lo hubiera llevado tras las rejas de un presidio.
Halaba de su cigarrillo mientras cavilaba sobre su propia existencia, anhelaba un café caribeño, miraba las estrellas y respiraba del fresco aire tropical muy esperanzado.
Ningún concepto del mundo volvería a desenfrenar su vida en una gestión como ésta.
Se regresó al muelle de San Juan sin tener más noticias de su colega, donde trabajó como anotador del puerto para conseguir su boleto de vuelta. En menos de una semana regreso a su patria querida.
Reunido nuevamente con su familia se mecía en su butaca favorita mientras disfrutaba de su pipa de tabaco.
-Ustedes son mis verdaderas joyas, esta pipa y estas tostadas a la sartén hechas por mi amada esposa, son los verdaderos diamantes de mi vida. Compartir con ustedes no tiene nada que compararse con la infortunada estadía de un hombre en un presidio.
Esa tarde, casi a la puesta del sol, se paró en una esquina de la acera de la ciudad.
Comenzaban a encenderse los faroles de gas en las calles, y los bístros lejanos se distinguían entre toda la neblina por sus diminutas luces. Caviló observando un pequeño carruaje donde se vendían todo tipo de flores hermosas. Y se fue caminando por entre la multitud de la ciudad, cargando algún dinero de sobra y algunos juguetes de madera. Decidido a repartirlos entre todos los pobres que se encontrara en esa fría noche de Navidad.
FIN
Corrección ortográfica por S.C.
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