El Aroma, la Visión, y el BMW.
«No puedo vivir contigo, no puedo vivir sin ti. Que calma en este negocio, me recuerda el día después de la noche buena. He trapeado, he removido escombros y he acomodado cosas que jamás hubiera hecho a mi tiempo. Y al fin he encontrado lo que estaba buscando» —se dijo Abel.
Fantaseaba en su mente, balanceaba su tasa caliente y su teléfono en la mano izquierda, y en la derecha reposaba su mejilla. Detenido y estático en el medio del salón comedor, se sorteaba la idea de que caería sentado frente a una de sus hermosas mesas de tipo bistró, y de que no entraría nadie para ser atendido mientras saboreaba de su maquiatto.
Y así le pasaban los segundos y sus ojos ya cansados no paraban de merodear el área, una leve brisa imaginaria alerto sus sentidos, y sus piernas se liberaron de la inmovilidad y se dispusieron de la encomienda.
¡Y lo logro! Se regocijaba sentado, su equipo surround le lloviznaba las notas de su compacto “Relax September coffe Jazz, Instrumental for Autumm.
https://youtu.be/WA0BU0ek4SM
Pero es que, ¿a dónde ir con la mente en momentos como este? Si la situación le ha llevado su espíritu a lugares difíciles, donde no aparecen las expectativas para rescatarlo. Sin nadie a quien obsequiar un complemento para endulzar su alma, lo hacía compensar sus emociones el pausar la limpieza un momento. Realizar un horizonte mental despejado y así aceptar la desmemoria de los tiempos mejores.
Si algún caminante se animaba a seguir los aromas y decidía entrar al lugar, era para su intuición como el reconocer alguna estrella fugaz en una noche tranquila y despejada de nubes.
Deben saber que Abel atendía con ese mismo ánimo todos los días la terraza del café.
Regaba todos los tiestos que el viento balanceaba de sus marcos. Dejando empapado todas las mañanas el suelo y cantidades de plantas incluyendo guirlandas, helechos, eucaliptos entre muchas otras bien seleccionadas. Bautizándolo todo con el deseo y la fe de que su negocio volviera a prosperar.
Es ahí en la terraza donde hoy permanece embelesada una linda pareja, rejuveneciéndose con los visuales de esa flora. Habían reposado su piel del candente sol y sus deseos ya crecían en dirección a la aventura. Al la emoción de adentrarse en el negocio para rendirse a las delicias que pudieran encontrarse en este hallazgo.
Más adelante la pareja se movió a observar la colección de tazas mostrada en los tableros detrás de los cristales de la fachada. Sus miradas y sus gestos asentían con el ocurrir en sus paladares. Y ensimismados en la grandiosa selección, sus ojos apenas reconocían atrás el dibujo de la silueta de Abel.
Ahora todos sus corazones vencidos por el aroma, eran rehenes de la misma visión…
¿Entraron aquí? –se pregunto Abel, leía su correo electrónico, su tiempo marcado por el maquiatto que enfriaba.
Pero sus visitantes habían entrado y ya pasaban frente a la vitrina de pastelería. Se desplazaban como si fueren unos intrépidos en el deporte sub acuático scuba, muy precavidos, cogidos de brazo y observando cada Cannoli, cada Macaroon, cada Reina de Almendra como si fueren especies exóticas y dignas de fotografiar. Ni sus pasos se escucharon.
Sedado de una calma trabajada, la mirada de Abel se inclina y revela la intención de sus visitantes; se levanta en calma.
—Bienvenidos al “Café de la Via”, mi nombre es Abel. ¿Cómo les sirvo hoy? —se movió frente a ellos, les señalo una de sus mesas.
—Buenas —contesta Gerónimo.
—¿Que les trae por acá? ¿Alguna pastelería mediterránea? Puedo asar algún jugoso filete si lo desean.
—Gracias muy amable, solo dos sandwich de jamón y por favor, que sea con ese pan Francés que vimos en los canastos. Tostado por favor, y dos maquiattos.
— ¡Bienvenidos! , ¿Qué les trae por esta ciudad?
—Somos del norte, nos hemos establecido aquí cerca de esta zona.
— ¿Están seguros de lo que han hecho? — Abel les obsequia el menú—. Aquí llega gente de todos lugares por los miles —les recordó enfocado en una contestación.
Ahora más que nunca sabe que en algún momento entrara en la cocina, a realizar su rol, y no solo de dueño si no que ahora de chef. Salir en calma, sonreír y encarar sus clientes y sobre todo, olvidar su maquiatto; que espera su momento dentro de esta partitura.
—Pero lo he vendido todo, hasta compre una casa y relocalice mi studio.
—Hay que estar precavido para vivir aquí.
—Me acostumbrare, me acostumbro, y será todo bueno.
—Todos dicen lo mismo.
—Sí pero somos diferente a todos. Nos gusta el teatro, el Jazz y, ahh… las antigüedades.
—Bah, son como todos esos que se van, eso es lo que todos dicen. Todos hablan de la misma manera. No podrán con este clima el cuerpo les dirá que no.
—Nos aclimataremos.
—Ya verán, ya verán como regresan como todos los anteriores. Este clima los va a probar. Mire el chaleco que usted lleva puesto ahora mismo, ¿no le parece inapropiado?
Geronimo sonríe y se mira la chaqueta que lo identifica tantas veces en el estudio de grabación.
Abel hace un amago para regresar a su mesa donde reposa el maquiatto, pero en ese instante de ímpetu es donde recuerda que es en la cocina donde debe de concluir su imaginación, pestañea y su vista acecha el universo.
La música embelesa todo el salón mientras la compañera de Gerónimo repasa el menú.
En la cocina Abel corta los ingredientes con mucha discreción, con el enfoque de un virtuoso en el arte de la alta costura. Vela de sus planchas con el deseo de encontrar plasmado sobre sus panes, el estampado de colores marrones que a tantos de sus clientes hacía volver.
Más adelante y como un danzante del Walts marca su territorio, así mismo se ocupo de que su bandeja fuera bien servida.
Pero el anfitrión recordó su tasa, se compuso y se encomendó a su cosa una vez más. Reconoció que no era necesario ofrendar su espíritu a la faena cotidiana del servir. Ya era muy tarde, porque su espíritu estaba confiado en el amor a los acordes y las notas que temprano sonaban dentro de sí. Y por eso la decisión llego como instinto.
Ya sentado y preparado a lo que fuese, jugó su última carta y entrego su tiempo de melodías otra vez a la suerte. A unas dos mesas de su visita, que ya comentaban sobre la calidad del lugar; sujeto su tasa ya sin aromas y concluyo.
« Aquí dentro lo que me debe quedar es agua »
Y así, alegre, se dispuso a dar la oportunidad al sorbo inicial de su elixir.
—Sabe que Abel —menciono Gerónimo, todavía secando sus manos, reposa un brazo por encima del espaldar, de sesgo sin hacer contacto con su anfitrión—, también me traje el Chevy naranja del 57, es convertible, luce como nuevo.
—Nada de Chevys para mí, yo amo los BMW y ahí se refugia mi corazón —susurro frente a una tasa sin iniciar, ahora imaginaba en suspenso si a su cliente le habían sido agradables o no sus previas posturas.
—*—
Gerónimo se incorpora y devuelve la mirada a su querida, ambos asintieron al sonreír. Baja sus manos y palpa la mesa con ambas.
—Yo también tengo un BMW —recito al aire—, el que manejo ahora mismo, un A—340 I ! Y también los amo ¡
—¡Es el mismo que tengo! —concurrió Abel, se levanto de su mesa ya despejado de su misterio, devolvió la taza fría al platillo—, el mío es del 2018 serie deportiva.
—El mío es del 2014 pero convertible —volvió a recitar Gerónimo, ya sentado casi de ángulo, parecía una escultura de arte moderno echa en crepe.
Courtesy water color by: Sam
Porque si Odín y Atenea hubieren tenido que bajar las presiones a la que fueron sometidos sus fluidos, ambos se hubiesen quedado sentados observando, aceptando la manera robusta y la fluidez sin saltos con la que fueron dibujadas aquellas dos maquinas.
Abel de manera cortes les recogió la mesa, entrego un cordial y un obsequio de pan a la dama, junto con una Reina de Almendra Libanesa empacada, y le pido a su nuevo amigo que le siguiera los pasos. –Ven, vamos a cruzar a la parte de atrás del negocio que es donde tengo el mío.
Y al tempo del piano se resolvieron entre las puertas dobles de la cocina.
Painting @ Disney cast breakroom
FIN
Aquí está el enlace a mi primer libro publicado:
ciencia y el descubrimiento. Le gustará esta novela.
También disponible en Ingles.
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